martes, 1 de julio de 2008

El Fascismo en Argentina: hombres, ideas y acción

El análisis de la incidencia del fascismo en la política argentina tiene tantas aristas como interpretaciones posibles la historia nacional en los últimos 100 años. Desde un posible pre fascismo de características locales encabezado por Juan Manuel de Rosas hasta un fascismo de corte populista y latinoamericano en manos de Juan Domingo Perón, los análisis que vinculan al movimiento de masas surgido en la Italia de entre guerras con la realidad política e histórica local son incontables.
Aquí, a los fines de concentrarnos en lo que consideramos el periodo de mayor vinculación entre fascismo / nacional socialismo con la política vernácula, haremos hincapié en lo sucedido en Argentina en la etapa previa del primer Golpe Militar y sus posteriores incidencias. Y más aún, el objetivo no apunta sólo a identificar las marcas o huellas fascistas del gobierno dictatorial del General José Evaristo Uriburu, sino a reconocer en la intelectualidad argentina de entonces los verdaderos ideólogos del Golpe que acabó con el gobierno democrático de Hipólito Yrigoyen.
De tal manera, nos centraremos aquí en la aparición de la Liga Patriótica de Manuel Carlés, en el rol asumido por Carlos Ibarguren y Leopoldo Lugones, de la breve gestión del citado Uriburu y de la realización más exacta del fascismo extranjero realizada por Manuel Fresco en la provincia de Buenos Aires.

DE LA LIGA A FRESCO
Manuel Carlés, un antiguo radical prontamente renegado de su origen, fue el mentor y caudillo de la llamada Liga Patriótica Argentina, nacida al calor del hecho histórico identificado con el nombre de Semana Trágica. La Liga fue denunciada en el Congreso de la Nación por el socialista Nicolás Repetto como una organización paramilitar en estrecha unión con el Ejército, institución a la cual le rendía culto. Las vinculaciones ideológicas, políticas y metodológicas con los movimientos alemán e italiano eran de tal intensidad, que una de sus acciones más tristemente recordadas fueron los violentos ataques a los barrios judíos porteños. De esta manera, en una de sus primeras apariciones públicas, el incipiente fascismo nacional ya denotaba dos huellas claramente tomadas de sus pares europeos: la violencia como método de acción política y el antisemitismo como base ideológica –esto, más claramente al nacional socialismo alemán-.
Carlés, orador que gustaba de los actos públicos para expresarse, dejó marcada a fuego una frase que describe de modo más consciente una de las señas del fascismo como expresión cultural: “Voy a dirigiros la palabra, rápida como tiro de fusil”, fue una de las altisonantes frases utilizadas por Carlés en sus arengas. Esto, porque, señala José Pablo Feinmann, “la palabra para el fascista debe ser veloz, ya que en esa velocidad reside su eficacia” . Aún más: la palabra vinculada al fúsil no hace más desnudar que la herramienta política del incipiente fascismo local es el arma, la cual tiene el poder que no siempre evidencian los discursos políticos.

No obstante el rol jugado por Manuel Carlés –cuyo nombre hoy nombra a una arteria de la ciudad Córdoba-, desde otras vertientes de análisis, el primer grupo argentino específicamente fascista puede rastrearse a partir de 1925 . Este grupo estaba compuesto por “extravagantes aristócratas europeos, una francesa, la marquesa de Wagner y varios italianos, dos condes, Juan Carulla” y el ya mencionado Manuel Carlés. Para Juan José Sebreli, el alto componente católico de esta reducida agrupación no coincide con el marcado anticlericalismo observado tanto en al Alemania nazi como en la Italia fascista. Sin embargo, este componente católico sí fue coherente con el movimiento regido por Benito Mussolini a partir de partir de 1929, tras el Tratado de Letrán, cuando el fascismo italiano abandonó su costado anticlerical más virulento. Así y todo, ya en los comienzos del fascismo local se podían verificar dos grandes diferencias respectos de sus inspiradores europeos: en primer lugar, su citado catolicismo militante. Y por otro lado, como una marca que acompañaría a buena parte de los fascistas argentinos, su desvinculación absoluta de las masas y la inexistencia de un movimiento de base social amplia. Esto está expresado de manera cabal en el marcado sesgo aristocratizante de los noveles fascistas vernáculos.

Tras esto, vale la pena repasar a quien, para algunos, es considerado el “exaltado profeta” e ideólogo más importante del fascismo argentino: Leopoldo Lugones, también llamado el “poeta nacional”.
Antes de la conformación del aristocrático y reducido grupo fascista, Lugones había comenzado, desde su inflamada verba, a teorizar públicamente sobre las bondades de lo que ocurría en Italia. En 1923, en sus recordadas y citadas conferencias el Teatro Coliseo, expresó: “El pueblo, como entidad electoral, no me interesa en lo más mínimo (…) me causa repulsivo frío la clientela de la urna y el comité” . En sus palabras es posible leer el movimiento contradictorio de gran parte de los fascistas argentinos de la década del 20’: su desdén por la democracia tal como se conocía –en coincidencia con la esencia de los totalitarismos europeos, nacidos al calor del odio a la democracia liberal- pero su negación y oprobio a las masas, que en Italia y Alemania habían sido quienes habían llevado al poder a los líderes de extrema derecha. Es destacable aquí el hecho de que lo expresado por Lugones se vincula directamente a que “la divisoria histórica más relevante de comienzos de Siglo fue la primera presidencia de Hipólito Irigoyen, producto del sufragio universal, ante la cual los conservadores reaccionaron con estupor y se sintieron confirmados en su tesis de que no se podía confiar en las ‘masas conducidas por demagogos’” .
En las mismas conferencias, dice Lugones que se estaba ya “en la situación que impone a todos los ciudadanos una actitud militante, parecida a la militar (…) necesidad de una enérgica adhesión a las instituciones militares (…) Y desde 1914 debemos otra vez a la espada esta viril confrontación con la realidad… el sistema constitucional del Siglo XIX está caduco. El Ejército es la nueva aristocracia” sostenía el poeta, en otro directo golpe a la joven democracia yrigoyenista.
“Italia acaba de enseñarnos como se restaura el sentimiento nacional bajo la heroica reacción fascista encabezada por el admirable Mussolini” , dice en otro discurso, sin advertir que parte de la esencia del fascismo era el apoyo en las masas, a las que él tanto despreciaba.
Será un año después el momento en el que Lugones expresé su discurso más recordado y con el cual se lo vincula directamente; nos referimos a aquí a su “ha llegado la hora de la espada”. Era 1924 y en Lima se recordaba un nuevo aniversario de la Batalla de Ayacucho. Allí, el “poeta nacional” expresó envalentonado: “Ha sonado otra vez, para el bien del mundo, la hora de la espada. Así como ésta hizo lo enteramente logrado que tenemos hasta ahora, y es la independencia, hará el orden necesario, implantará la jerarquía indispensable que la democracia ha malogrado hasta hoy (…) El Ejército es última aristocracia, vale decir la última posibilidad de organización jerárquica que nos resta contra la disolución demagógica. Sólo la virtud militar realiza en este momento histórico la vida superior que es belleza, esperanza, fuerza”.
Y en este pronunciamiento de típico corte militarista, dejo entrever otros elementos fascistas que vincularían aún más el movimiento local con el italiano. Los dichos sobre el “jefe predestinado” al estilo de Thomas Carlyle y la necesidad del mando “por su derecho de mejor, con o sin la ley, porque ésta, como expresión de potencia, confúndanse con su voluntad”, hablan a las claras de otra marca inconfundible del fascismo universalizante: la Ley subordinada a la voluntad del jefe supremo, en una clara señal de la utilización e importancia de ideas y valores premodernos, rasgo fundamental del fascismo –valores e ideas pre modernas que se combinaron con técnicas y métodos modernos-. En la concepción fascista –aunque, en nuestro caso, lugoniana- , la Ley pasa a segundo plano y se subordina a la voluntad del llamado “jefe predestinado”. Jefes llamados por Lugones como “dioses tutelares” , en una franca alusión de corte mística. Y esto, porque consideraba la “gloriosa tiranía del individuo considerablemente superior” a cualquier tipo de expresión popular y colectiva.

En base a estas creencias es que Lugones creyó ver en José Evaristo Uriburu el jefe predestinado y trató de forjar en él la visión del héroe real. La alianza entre el nacionalismo restaurador y el liberal conservadurismo , generó un discurso, como señala Cristian Buckhrucker, “antiliberal, antidemocrático y antisocialista: el regreso a la legitimación religiosa y organicista de la política y la sociedad, la reivindicación de una misión rectora para la Argentina, pero también la imagen de una nación supuestamente víctima de la universal ‘conspiración judeo masónica y comunista” .
Convencido de esto último, Lugones prestó su pluma para redactar el Manifiesto Revolucionario, la encendida proclama pro fascista que leyera Uriburu tras el Golpe asestado a la democracia argentina el 16 de septiembre de 1930.
“Exponentes de orden y educados en el respeto de las leyes y de las instituciones, hemos asistido atónitos al proceso de desquicimiento que ha sufrido el país en los últimos años” dice Lugones por boca del presidente de facto y enumera una serie de conceptos para describir la situación que llevó al uso de la fuerza para revertir la situación: inercia, corrupción administrativa, ausencia de justicia, anarquía universitaria, despilfarro en materia económica y financiera, favoritismo, burocracia, politiquería, descrédito internacional, incultura agresiva, atropello, fraude, latrocinio, crimen. Por todo esto, para Lugones es preciso apelar a la fuerza. Y así, una vez más, la Ley queda relegada frente a la necesidad de la fuerza para corregir los desvíos generados por la “democracia demagógica”.

No obstante el rol jugado por Lugones como ideólogo del movimiento fascista local, es dable resaltar que el hombre de ideas que sí pasó a la acción no fue el poeta cordobés, sino quien supo hacerse un lugar al lado de Uriburu. Carlos Ibarguren fue un intelectual filo fascista que previo al Golpe de 1930, ya había identificado las tres ideologías posibles en el mundo de entonces: la democracia liberal, el fascismo, corporativismo o nacionalismo y el marxismo o comunismo. Y en esa identificación, entendía que la democracia estaba demolida y así, el fascismo en su batalla contra el marxismo o comunismo, debía apelar a su mejor instrumento: la fuerza, la violencia. “El primer rasgo que acentúa esta hora es el dominio de la fuerza… -decía Ibarguren- La generación de la pos guerra repudia el intelectualismo que dominó a fines del siglo XIX y que ahora es remplazado por el impulso vital. Al juego tranquilo y a los vaivenes incruentos de los intereses y de las tendencias de políticas de la era pacífica y liberal anterior a la guerra ha sucedido el violento choque de combate y la acción directa de las masas. Los partidos políticos se van debilitando al empuje de columnas cívicas militarizadas” señalaba, entendiendo sí el espíritu de masas que reinaba en la Italia mussoliana. “Los jóvenes que entran a la vida activa rebosantes de energía tienen otra visión de la escena pública y reclaman otra cosa que las promesas irrealizadas de los empresarios electorales; quieren acción y anhelan innovaciones en el cuadro político (…) para que la demagogia no se desate de nuevo en nuestro suelo” . La acción, motor de la técnica moderna que suplantaría al ‘clientelismo demagogo’ de la democracia yrigoyenista, se combian aquí con elemento esencial del fascismo: la juventud. Sobre ello, Emilio Gentile dirá que la juventud es un elemento más de la dimensión cultural que define al fascismo: “Una cultura fundada en el pensamiento mítico y en el sentido trágico y activista de la vida, concebida como manifestación de la voluntad de potencia, en el mito de la juventud como artífice de la historia” .

Otro rasgo importante en la vinculación entre el fascismo italiano y su versión local se da en el mismo Ibarguren como mentor de Uriburu y la necesidad, para él, de un fuerte corporativismo, marca de la Italia fascista. No obstante, para Sebreli, “lo específicamente fascista en Ibarguren, su defensa de las corporaciones, que intentó llevar a la práctica durante la dictadura de Uriburu, derivaba más de que Musollini del catolicismo social. Ibarguren era demasiado conservador para ser fascista stricto sensu, sólo apoyaba un fascismo imaginario, un fascismo ilustrado, sin líderes plebeyos ni movilización de masas” .
Más allá de esto –que define el mismo error conceptual en los diferentes ideólogos locales- como interventor de la provincia de Córdoba, el mimo Ibarguren dejó en claro su deseo corporativista al mejor estilo italiano: “En el parlamento puede estar representada la opinión popular y acordarse también representación a los gremios y corporaciones que estén sólidamente estructurados. La sociedad ha evolucionado profundamente del individualismo democrático que se inspira en el sufragio universal a la estructuraciones colectivas que responden a intereses generales más complejos y organizados en forma coherente dentro de los cuadros sociales” . Aún más, era intención política clara del presidente de facto una nueva ley electoral que permitiera representación parlamentaria de las fuerzas sociales organizadas a través de corporaciones y gremios.

A la experiencia fallida de Uriburu –fallida, entre otros motivos, por el ya citado desapego a las masas-, no se le corresponde la experiencia de Manuel Fresco como gobernador de la provincia de Buenos Aires entre 1936 y 1940. Fresco, integrante de dos organizaciones de extrema Derecha -La Orden de Malta y la de los Templarios- poseedor en su despacho de retratos de Hitler y Mussolini, fue otro defensor del reemplazo del sufragio –un elemento directamente vinculada a la denostada democracia- por el corporativismo. Además de esto, la utilización de métodos totalitarios de propaganda masiva –fue el precursor de Radio Provincia, emisora montada con equipos técnicos traídos desde Alemania-, el culto al líder, sus críticas por igual al “capitalismo imperialista”, a la “tiranía plutocrática” y a la “burguesía parasitaria” y, fundamentalmente, la promulgación de un nuevo código de trabajo inspirado en la Carta del Lavoro musolinianana marcan la consecución de un régimen fascista en el poder local.

Como señala George Payne, en nuestro país existió “la derecha radical más continua y más desarrollada, desde el punto de vista ideológico, de toda América latina”. Y para el mismo autor, Uriburu “intentó aplicar, hasta cierto punto, el estilo y la sustancia del fascismo italiano. Uriburu esperaba instalar un régimen corporativista y organizó una milicia llamada Legión Cívica” . No obstante, el fracaso de este proyecto político de corte fascista se debió que todo este movimiento “resultó demasiado radical para la sociedad argentina” . Y, posiblemente, también para sus ideólogos, que aspiraban a instalar el régimen desde el autismo intelectual, desdeñando la necesidad del abajo como factor determinante. Y así vinculando este movimiento al conservadurismo local, de perfil aristocratizante ligado al mundo terrateniente y enfrentado abiertamente a ideas radicalizadas vinculadas a la izquierda y, en algún punto, al proyecto modernizador que había regido en el país en la última parte del Siglo XIX.


España, el falangismo

Pese a las coincidencias, altamente trabajadas entre Argentina y España –coincidencias que están enraizadas, fuertemente, en la raíz hispánica y católica que la nación conquistadora dejó marcadas a fuego en nuestro país-, las características del fascismo en uno y otro país, más allá de cierta coincidencia temporal, distaron de ser similares.
Esto se debió a diferentes factores, pero sobresale claramente la Guerra Civil como determinante en la diferenciación entre uno y otro régimen.

La historia previa al inicio del Falangismo comandado por Francisco Franco también influyó el contexto político de la península, de modo tal que es imposible pensar el régimen franquista, sus particularidades locales y sus visos de fascismo universal sino se comprenden acabadamente los años previos al inicio de la dictadura.
Para Jersy Borejsza, la dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923-1930) “fue una simple dictadura militar” , que ni siquiera llegó a prohibir los partidos y pretendió industrializar el país bajo el ala tutelar del Estado, por lo que el autor la ha definido como un “intento de modernización de una dictadura clásica” .

Para 1931, como es sabido, se proclama la República. Dos años después, José Antonio de Primo de Rivera, hijo del dictador depuesto, funda la Falange y expresa que lucharía “por el nacimiento de un Estado totalitario”, argumentando su lucha en la búsqueda de beneficios que “alcanzarían tanto a los humildes como a los poderoso” . A su vez, el espíritu que alentaba a Primo de Rivera a comandar tal emprendimiento estaba vinculado a su pretensión de lograr para su país una posición dominante en Europa, según los 27 puntos fundamentales de la Falange, “era deber de España el convertirse en eje y anclaje espiritual del mundo hispánico” . Además, para él, España se debía convertir en un “gigantesco sindicato de productores al servicio del conjunto de la economía nacional”. Entre otros principios ideológicos que encauzaban sus anhelos por una España potencia, impugnaba la lucha de clases, exaltaba la importancia de la propiedad privada y el derecho al trabajo y apelaba al sentimiento católico, arraigado fuertemente en las bases rurales de una España que estaba, en términos económicos, claramente atrasada en comparación a otros países de la región.
Este fuerte sesgo de carácter nacionalista y autoritario –más claro aún cuando la Falange, en 1934, opta por ponerse al lado del Ejército- demarcó claramente las coincidencias que el espíritu del movimiento, que crecía lentamente en términos electorales pero no como factor de poder, tenía con el régimen italiano conducido por Benito Mussolini. Y más aún, marcaba una clara diferencia con los intentos de corte fascista realizados dos años antes en nuestro país, fundamentalmente por el llamado del falangismo a las bases proletarias, cuestión desdeñada en estas tierras.

Además de configurar un espacio de claro corte revolucionario de derecha, la irrupción con fuerza del fascismo y el triunfo, en 1936, del Frente Popular, abrió aún más la brecha político ideológico que separaba a la España de entonces. La Falange, por entonces, actuó como contrapeso de la radicalización a la izquierda cada vez mayor del gobierno elegido democráticamente. No tardó el llegar el momento en que el movimiento de espíritu fascista se pusiera del lado de la sublevación contra la República, lo que dio inicio a la ya conocida historia de la Guerra Civil española.

Ajusticiado Primo de Rivera por el gobierno republicano, para 1937 es Francisco Franco quien toma el poder en la Falange, que para entonces y por influencia de los voluntarios sumados a la lucha, hizo del movimiento un claro espacio de masas de tipo fascista.
Y continuando con ese espíritu, para 1937, Franco declaró partido único a su espacio. Pero lo cierto es, como veremos a continuación, que el General, para Borejsza “contuvo los esfuerzos por introducir en España un sistema fascista” en su talidad. Y para ello contó con el apoyo del Ejército y la Iglesia, quienes ayudaron a disminuir el poder y la influencia de la Falange en la dictadura franquista.

A modo de entender más acabadamente el tipo de régimen que fue el franquista, vale la definición de fascismo propuesta por Roger Eatwell:

“El fascismo era una ideología que trató de determinar un renacer social sobre la base de una Tercera Vía radical de tipo nacional holista, a pesar de que en la práctica tendió a subrayar el estilo, especialmente, la acción y el líder carismático, más que programas detallados, y se consagró a la demonización maniquea de sus enemigos” .

Lo propuesto por Eatwell claramente define, en rasgos generales, las particularidades de la dictadura de Francisco Franco. No obstante, como señala Julián Casanova, “está clarísimo que una vez derrotado el fascismo en la Segunda Guerra Mundial., España se aleja profundamente de cualquier posibilidad de comparación” . A partir de aquí se abre un nuevo modo de entender al régimen español: “El franquismo cambia, transforma a lo largo del tiempo las bases de su dominio; es verdad que la Falange evoluciona, es verdad que algunos sectores eclesiásticos y monárquicos modifican con el tiempo sus posiciones” explica el autor y no hace más que coincidir con la tesis propuesta por Javier Jiménez Campo de que el franquismo nació con una pretensión de perdurabilidad, “nació con una pretensión de adaptación al tiempo, de persistencia” . Y si bien explica la inmutabilidad en lo esencial, “resultado directo de una guerra civil”, marca una diferencia con el fascismo universalizante, al explicar que éste, al morir en la 2da Guerra, tuviera posiblemente en su esencia el no durar, “porque los fascismos, a su modo, buscaron la dinamización permanente, la movilización permanente y ese componente que introduce un vértigo y una ansiedad constantes no lo tuvo nunca el franquismo” . Y vuelve a la idea, expresada originariamente en este trabajo, de que “la Guerra Civil explica cosas que no se hubieran explicado en una trayectoria diferente de subida al poder del fascismo” .

En tanto, para Stanley Payne el fascismo categórico tardó en desarrollarse en España, debido a las diferencias con otros países: el ya citado menor desarrollo económico, el menor apego al nacionalismo político en función del débil nacionalismo previo y a la inexistencia, en España, de amenazas exteriores y de su no involucramiento en guerras. Sin embargo, la tesis de Payne quedaría desafectada en tanto el inicio de la Guerra Civil, que generó un nuevo y antagónico clima social.

En cuanto a las vinculaciones de la Falange y el poder económico, además de no declararse nunca anticapitalista, “la Falange se inició con mucho más apoyo financiero de los grandes empresarios propensos a la derecha radical” . Esto confirmaría en parte la posición el marxismo, para la cual el fascismo, y aún más el nacional socialismo, fueron la versión estatista del capitalismo.

Y si bien para 1934, la mayoría de los falangistas negaban que eran fascistas” y criticaban el corporativismo italiano por ser demasiado conservador y capitalista, “durante la fase de fascismo universal de mediados de los años treinta, los taxónomos italianos decidieron, de modo poco convincente, que los falangistas eran, efectivamente, fascistas, debido a su creencia en la autoridad, la jerarquía y el orden y a su misticismo falangista antimaterialista” . Por esto, para Payne, “no se puede negar que el falangismo poseyera ciertas caracterizaciones propias, pero éstas no impidieron que compartieran casi todos los rasgos y las características que conformarían el inventario del fascismos genérico” , diferenciándose del fascismo italiano en su identidad fuertemente católica, pero no “por un vigoroso ambiente cultural secular, vitalista y darviniano” .
No obstante, Payne coincide con las posiciones de Casanova y Jiménez Campo cuando acepta que para la década del 40’, terminaba la 2da Guerra, ya no se hablaba de fascismo en España. “No cabe dudad que el franquismo en su primera etapa contenía un fuerte componente fascista, pero éste se veía tan copado en una estructura derechista, pretoriana, católica y semipluralista, que quizás sería más acertado incluirlo en la categoría de semifascismo” .
En el mismo sentido se expresa Buckhrucker cuando señala que si bien al principio predominaron los elementos conservadores en este partido único, “el régimen franco falangista tuvo en su primer decenio de vida evidentes rasgos fascistas, incluyendo un altísimo nivel de represión” .

Todo lo precedente no sólo desvincula radicalmente las experiencias argentina y española, sino que otorga a la vivida en la nación europea marcas propias que, a su vez, señalan distanciamientos del fascismo italiano como del nazismo alemán. Y entre las ya citadas diferencias, su esencia de perdurabilidad quizás sea la más destacada, en tanto aún hoy, en la España democrática e integrada al llamado mundo desarrollado, los resabios falangistas y franquistas representan una porción más que elevada del electorado español.






















BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

Argentina:
Feinmann, José Pablo. La sangre derramada. Ensayo sobre la violencia política. Ed. Ariel. Buenos Aires. 1998.
Payne, Stanley G.. Historia del Facismo. Ed. Planeta.
Sebreli, Juan José. Critica de las ideas políticas argentinas. Editorial Sudamericana. Buenos Aires. 2004
J Ghiano, Juan Carlos. Lugones escritor. Buenos Aires. Raigal. 1955.
Buckhrucker, Cristian. Una historia comparada de los fascismos argentinos. . Emecé. Buenso Aires. 2008.
Lugones, Leopoldo. Antología. Prosa. Buenos Aires. Centurión. 1949.
Carlyle, Thomas. De los Héroes. CONACULTA Océano. México.
Cárdenas, Eduardo José y Payá, Carlos Manuel. La Argentina de los hermoso Bunge. Ed. Sudamericana. Buenos Aires. 1997.
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Ibarguren, Carlos. La inquietud de esta hora. . La Facultad Buenos Aires. 1934.
Gentile, Emilio. Fascismo. Historia e interpretación. Alianza Editorial.

España:
Payne, Stanley G. Historia del Fascismo. Ed. Planeta.
Borejsza, Jersy. La escalada del odio. Movimientos y sistema autoritarios y fascistas en Europa, 1919-1945. Siglo Veintiuno. España. 2002.
Gentile, Emilo. Fascismo. Historia e interpretación. Alianza Editorial. Pág. 67.
Los riesgos para la democracia. Fascismos y neo facismos. Manuel Pérez Ledezma.(comp.).
Buckhrucker, Cristian. Una historia comparada de los fascismos argentinos. Emecé. Buenos Aires. 2008.

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