martes, 13 de abril de 2010

El sueño de los justos

En las grandes ciudades del mundo, el último descanso de los hombres protagonistas de la historia es espacio de visitas y recuerdos. En Córdoba no tanto.
El Cementerio San Jerónimo, donde duermen el sueño eterno nuestras glorias y deshonras pasadas.

En Córdoba no nació, ni vivió y aún menos, murió, un Jim Morrison, un Ayrton Senna, un André Malraux o unos hermanos Marx. Sí lo hicieron otros cientos, miles de hombres y mujeres que lejos de tener vidas apagadas, incendiaron la historia de esta provincia por sus formas de hacer las cosas: pasión sobre pasión, razones que explotan, geniales; voluntades inquebrantables.

Nunca un Morrison. Pero sí un Chango Rodríguez.
Nunca un Sena. Pero sí un Oscar Cabalén.
Nunca un André Malraux. Pero sí un Arturo Capdevila.
Nunca unos hermanos Marx. Pero sí unos hermanos Orgaz.

Y a diferencia de sus analogías foráneas, estos hijos de la Córdoba encendida y contradictoria, olvidadiza pero nunca olvidable, duermen el sueño eterno de los justos en el más absoluto de los olvidos, allá en el San Jerónimo de barrio Alberdi. Un olvido no sólo de sus obras y recuerdos, sino también de sus lugares de aposento final, de sus últimas moradas.

Sin ánimos de morbosidad ni de culto a la muerte, los espacios necro han sido un culto a la arquitectura, la estética y la idea del paso al más allá. Y si a eso le sumamos vidas sobresalientes, cuyas historias destacan por sobre el común de los mortales, todo se hace más atrapante aún. El San Jerónimo reúne todo eso. Pero en Córdoba, pareciera que nada atrapa a nadie. Ni los muertos.

UNA GUITARRA Y UN CASCO
El cementerio San Jerónimo, en el corazón mismo del Alberdi que palpita cada sábado como si fuera el último, es morada de la más variopinta sociedad mediterránea. En el centro unos y en los confines los otros, los panteones de aristocracia local que se autoconfirma con mucho mármol y granito y piedras modeladas por manos de artistas, conviven con nichos en donde sólo un dedo ha dejado, sobre el cemento fresco del momento final, el nombre de un don nadie. Así, Paganis, Tejerinas y Roggios conviven con apellidos apenas legibles, olvidables. Y sobre todo, pobres.
Ricos, o con pretensiones de serlo, y pobres, realmente pobres de vida material, perviven la muerte como ceremonia eterna. Y entre unos y otros, algunos destilan más prestancia, se tenga mucho, poco o nada en la billetera de la vida que pasó. Ricos y pobres, aún con diferencias de almohada final, conviven en el San Jerónimo. Quizás sea el último espacio de esa convivencia

Los naranjos, las palomas y las cagadas de paloma son la marca en la avenida principal de la necrópolis, por donde dos pibes, quinceañeros y en bicicleta, rondan la muerte en dos ruedas.

_ Acá ta’ un corredor de carreras –dice uno, mirando la tumba de Oscar Cabalén, su casco eterno-.
_ ¿Qué? ¿Ta’ muerto?

Si Oscar Cabalén, insignia del deporte en el San Jerónimo, pereció ante el llamado de sus impulsos más profundos –acelerar un auto hasta más no poder-, ya poco importa. Su descansadero final, apenas se ingresa al cementerio, rompe cualquier molde posible de fuga al más allá: su tumba, entre modernista e iconoclasta, lo destaca hoy tanto más que la velocidad que le imprimió a sus bólidos. Cabalén es el ingreso a la fastuosidad de ciertas muertes. Y hay más.

Los santos que nombran las calles se cruzan, van y vienen. Sobre una santa calle duerme el Chango Rodríguez, igual que una calandria que azota el vendaval. Está allí junto a su última y más querida, la Gringa, que lo acompaña desde hace poquito. En el 75’ llegó él, el año pasado llegó ella. Ahora siempre juntos. El panteón, uno de los que se encuentra en mejor estado en todo el San Jerónimo, es custodiado por una guitarra de granito, estoica, que soporta soledades sin ser tocada y claro, cagadas de palomas.

La guitarra, de granito rojo.
La guitarra, amurallada.
La guitarra, para que no se la vuelvan a robar.

Lugar común: la luna cordobesa –¿acaso hay otra?- los alumbra en las noches de encuentro, en la que ella no necesita acercarse a ninguna reja. Ya no hay materia que los separe.

LOS REFORMISTAS, HÉROES SIN BRONCE
Los nombres de calles de por acá se cruzan, se viven cruzando: Javier Lazcano Colodrero, Rodríguez del Busto, Telésforos Ubbios. Hay historias de ellos y para ellos. Pero no hoy. También los colegios: José Peña, Miguel Rodríguez de la Torre. Las osamentas duermen a nuestro paso. Como los hermanos más ilustres que ha parido Córdoba nunca jamás: los Orgaz.

En el mismo panteón, vecino al Chango Rodríguez y a otras tumbas en desuso, expoliadas, olvidadas, los hermanos Alfredo, Jorge y Arturo duermen juntos cada día y no sabemos cuándo despiertan, si acaso por las noches de discusión, fútbol y leyes.
Todos reformistas en el 18, todos militantes socialistas a partir de los años 30’, hicieron historia antes y después, siempre, todo el día, todos los días.

_ Arturo, se sabe, con 14 años y otros mozalbetes como él, fundó el club más grande de Córdoba, en donde jugó y fue presidente. Años después protagonizó la Reforma Universitaria, fue candidato a gobernador y vicepresidente por el socialismo, fue distinguido como Caballero de la Corona de Bélgica, ocupó bancas legislativas, fue periodista, ensayista del derecho, escritor, orador sin par y fue todo lo que pudo ser, y más.
_ Alfredo murió en 1984 y en su amplia foja de servicios cuenta, como broche final, haber sido Juez de la Corte Suprema de la Nación entre 1955 y 1958. En momentos que era presidente, renunció a su cargo –que suele ser vitalicio para muchos- aduciendo “cansancio moral”, toda una interpretación para la época. “Una justicia de tal modo disminuida y desmembrada no es la que yo anhelaba presidir”, le dijo a los militares, y volvió a Córdoba a ver a Belgrano. Es señalado como uno de los mejores jueces que ha tenido la Corte en toda su historia: en un reciente fallo, la Corte utilizó citas de Orgaz de hace 50 años, para decidir sobre un caso que incluía por igual muerte, dictadura y aborto-. Ah, también fue poeta.
_ Jorge, el otro ilustre, no fue menos. Médico, ensayista, hombre político que puso el cuerpo y el cuero, después de haber sido expulsado de la Universidad como docente por su asociación con los estudiantes revoltosos, volvió y fue Rector de la UNC dos veces, cuando ser Rector en esta provincia era tan importante como ser gobernador. Y cuando la Universidad era conducida por verdaderos doctos.
Ahora, justo ahora, alguien les ha dejado una rosa roja. Una rosa roja bajo este cielo celeste que arde en Alberdi. Los Orgaz. Qué hermanos piratas.

Están los Orgaz. ¿Está Roca?. Hay que buscarlo. Al verbo de la Reforma. Al intelectual latinoamericano. Al tránsfuga de su clase. Al dueño del sótano que encabezó la Córdoba soñada. ¿Dónde está el gran Deodoro, señores? En el San Jerónimo apenas si saben que en Córdoba vivió uno de los intelectuales más destacados del Siglo XX. Si está o no, otra gran duda. Su nieto aporta el dato: está en el San Jerónimo, panteón de la Familia Roca. Tres visitas continuadas y Deodoro no aparece. Está. Pero, se sobreentiende, no hubo política de Estado para recordar al más grande entre los grandes en su catrera final.

Están los Orgaz. Está Roca. Saúl Taborda descansa en el viejo cementerio de Unquillo, abandonado, sólo y en paz. Sólo falta un nombre para cerrar el círculo de los 4 virtuosos de la Reforma del 18: Gregorio Bermann. ¿Dónde está Gregorio? Gregorio, el hombre de Freud en Argentina, el hombre que visitaba a Guevara en La Habana, el hombre de los republicanos en la España franquista, ¿dónde está?
Un indicio: en el panteón de los Oliva Soaje, unos mosaiquitos incompletos, colorados y viejos, tienen inscriptos el nombre del hombre y un epitafio. Pareciera ser que el autor de esas palabras es Bermann, dedicadas a Oliva Soaje.

Consultamos. Nadie sabe.
Ni los que deberían saber saben.
Para llegar a un grande, hay que acudir a otro grande: Roberto Ferrero explica: ahí está Gregorio Bermann.
Ni una placa de la Universidad, de los médicos, de los psiquiatras, de nadie. Una placa que indique: acá duerme un hombre de mentes transformar.

El panteón de los héroes reformistas, ¿es mucho pedir, no?
El poder los detestó hace más de 80 años. Hoy los ignora. No se sabe qué es peor.

ESOS NOMBRES DE SIEMPRE
El San Jerónimo es, ante todo, el lugar de la igualación final. Ya lo dijimos: ricos y pobres comparten espacios como ya no se comparten ni se compartirán. Y es así que se cruzan. Se cruza Silvestre Remonda en su mármol de Carrara con un don nadie que no recibe flores ni el día de los muertos y que por el aviso de deuda pegado en su lápida, posiblemente sea un desterrado más, a no ser que sus deudos junten los catorce pesos para pagar el derecho al descanso final.

Pero no todo es la historia de los grandes hombres. En el San Jerónimo, donde nadie visita a sus muertos, hay un ranking de visitas muy claro. Saben del ranking los que pasan sus días entre tumbas y panteones. Y lo evidencias las mismas tumbas y panteones.
Pablo Ravassollo, jovencísimo, apuesto, buena voz. Como un rayo veloz pasó de ser cantante de Tru La La a perder la vida en un instante. Muchos dicen: es el más visitado. Sin dudas, lo es. Flores, cartas y objetos varieté multicolor acompañan en la tumba al pibe que con apenas más de 20 años y algunas noches de escenarios se había ganado el corazón cuartetero de la ciudad hasta que le tocó lo peor:

_ Morir joven.
_ De noche.
_ En una ruta.

Designio de la juventud infinita.
Hasta el Conde Pascual dejó su tarjeta en la tumba, la más visitada del San Jerónimo.

Para la señora de las flores, la que cuenta que la ruda se le seca “por las malas ondas”, los más visitados son el padre Lucas y la hermana Purita: religiosos, sanadores y castos. Otras tres condiciones a tener en cuenta si usted quiere ser recordado cuando todo haya pasado.
La hermana Purita forma parte, claramente, del top de los más. visitados/requeridos/agradecidas/vivos sin estarlo. Parece que la Hermana Purita hace milagros. Y van cientos a dejar su agradecimiento. La pared de su aposento final no tiene colores, pero si placas y plaquitas de puro agradecimiento. Purira nuestra.

GOBERNATORES
Uno que parece que no hace milagros es Alejo Carmen Guzmán, lejos de ser visitado por alguien, pese a sus méritos indudables. El primer gobernador constitucional de esta provincia –llegó en el 52, junto con JJ Urquiza-, que también fue presidente de la Cámara de Diputados –acá y en la Nación- y Rector de la UNC, está, literalmente, caído en el olvido. “Ejemplo de probidad su administración progresista”. No así su descanso, más olvidado que su propia obra.
Arturo Zanicheli, hombre probo que duerme en panteón prestado. El MID, el partido del cual formó parte cuando se llamaba UCRI, lo recuerda con varias placas. El MID, el mismo espacio político del señor Arturo Frondizi, lo recuerda ahora muerto. El MID, del señor Arturo Frondizi, que hizo de Zanichelli un muerto político por hacer lo que había que hacer. Ingrata la vida. Ingrata la muerte.

Marcos Juárez, el hermano del presidente Miguel, otro governatore:
Juárez, que eres acaudalado como pocos.
Granito negro tu tumba, Juárez, tallada a mano.
Un lujo, Marcos. Qué lujo.
Pero los vidrios rotos, Juárez.
La vergüenza, quizás, del pasado que fuiste, Juárez.

Pese a sus grandes historias, gran parte de los panteones, pequeñas fortalezas artísticas, están abandonados. No el que alberga por igual a Pedro J. Frías y a José Lucrecio Tagle. El primero, gobernador cordobés de aquellos años infames en los 30’; el segundo, presidente de la Bolsa de Comercio entre aquellos años… años 1957 y 1993. Alta la alcurnia. Demasiada alta.

Y sigue el desfile de primeros mandatarios: Mariano Fragueiro y su Panteón de las Familias: Monumento Histórico Nacional. Gregorio Gavier, Antonio del Viso, Rafael Núñez., Juan del Campillo y tantos más de dobles apellidos que se cruzan con otros que hacen más abolengado al abolengo. Unos y otros no murieron así nomás: continúan su muerte en pequeños castillos de los más variados estilos que se destacan por algo: hay que tener bolsillo para semejantes obras de arte.

Hubiera querido no tener que decirlo.
Ay, los panteones más pulentas son de…
Ay, aquellos dirigentes tan conservadores…
Ay, tan gente bien y…
Ay, tan pero tan honestos.
Ay, muertes de lujo.
Historias que no se dicen.

ESOS EXTREMOS
La poesía y el dinero. El despojo y el exceso. Un nombre que es símbolo primaveral y otro, de puro cemento. Son extremos. Y vecinos.

El panteón de los Minetti está expuesto a la vista de todos. Difícilmente vuelvan a unirse los indigentes que son velados a la vuelta del Cementerio, cajón mirando a la vereda, y unos Minetti. Pero acá sí. El ángel de la entrada que custodia el gran panteón es más grande que un humano como yo, que soy casi grande. Todo bronce. Allí está el fundador de la gran empresa gran, que llegó hace años y parece que no se va. Y siguen llegando otros: los ricos también llegan, pese a la posibilidad de espacios privados en donde, eso si, no hay ángeles puro bronce que los cuiden.

Jardín Florido: pobre de materia. Sin más que las flores de antaño como compañía, estuvo a punto de ser sacado de su tumba sin techo ni protección: no había quién pagara el alquiler mensual de un nicho que apenas sale más de 10 manguitos, sólo 10 manguitos querido Jardín, por mes, no podíamos pagarte. Ya lo echaban al pobre viejo, pero llegaron Los Del Suquía y le pusieron una canción y unos pesos a la deshonra: compraron el nicho a perpetuidad y Fernando Albiero Bertapelle todavía sabe que “esperando tu regreso/quedó dormido el adoquín/en la esquina elegante/de 9 de julio y San Martín/”.
En el San Jerónimo. Algunos tanto. Otros tanta poesía.

Como la de Arturo Capdevila: el poeta de las campanas. Pequeño mausoleo futurista, tumba en tierra, el gran poeta está cagado a pleno por las palomas, que apenas dejan ver quién es este hombre. En 1989 se cumplieron 100 años de su nacimiento y el por entonces municipio gastó como 10 australes para la plaqueta de chapita. Hoy, a 120 años de su parición, no hay campanas que resuenen por el hombre de la Córdoba ilustrada. Las palomas, sólo las palomas, se acuerdan de Capdevila.

QUIÉN VISITA A SUS MUERTOS
Dicen algunos que en el San Jerónimo aún hay tumbas sin identificar. Que hubo corridas y tiros en aquellos años de puro plomo. Y que, según dicen los trabajadores a través de folletos varios, hace 2 años que le piden al intendente que arregle el horno crematorio: 200 muertos esperan la desaparición final, pero ahora se amontonan en una pieza.
También dicen: $3.000.000 deben las cofradías, la mayor parte de ellas propiedad de órdenes religiosas. El famoso pagadios.

Pan, pritty y mortadela. Hay quien come en el San Jerónimo. Sin importar qué es un Cementerio. Y eso es un buen síntoma: la desacralización de la muerte, comiendo mortadela sobre ella, es un buen punto para pensarla de otra manera.
La mortadela, ni el paso de un visitante, denota extrañeza, silencio ni dolor. Denota hojas secas de un otoño eterno, siempre cagadas de palomas que se pisan como cáscaras de huevo y la clara sensación de que pocos visitas a sus muertos. Pocos, en Córdoba, visitan a sus muertos.

Aún así, el San Jerónimo sigue siendo un espacio público, abierto casi todo el día, en donde no hay que pagar entrada ni nada parecido, en donde cagan palomas pero también hay delicias de la arquitectura, historias de la Historia y la clara sensación de que, sí humanitos:
_ No somos más que nuestro recuerdo.

Aún así, el San Jerónimo sigue siendo quien confirma a Jorge Manrique cuando, hace cientos de años, decía:

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.

En el San Jerónimo todos son iguales: los que viven por sus manos y los ricos. Una bandera que la necrópolis mantiene firme: la igualdad. Larga vida al espacio de la muerte, al espacio del sueño de los justos. Y de algunas deshonras.

RECUADRO
EL HOMBRE SIN NOMBRE
Hay muchos hombres y mujeres en el San Jerónimo. Pero está el más hombre de todos los hombres y mujeres. Y hay que buscarlo. La cofradía de Unión Eléctrica le cuida el rostro gringo, belleza de la rebeldía que no muere. Hay que buscar cuidador para que oriente. Nos es fácil encontrarlo. Cuando entró, hace 34 años, quisieron volver a matarlo. A él, ya asesinado por destierro, quisieron volver a asesinarlo. A él, a las ideas, a los hombres y mujeres que lo acompañaron en su ingreso al reino de los justos, quisieron asesinarlos, ahí en Alberdi. Pobres.

Agustín Tosco no tiene cruz ni tiene rezos para que lo cuiden en la gloria y esas cosas que se dicen. Sí tiene plegarias de revolución. Y tiene, también, la tumba de Tosco, los apodados que el gringo recibía de sus más cercanos: Bicho, Tino, Hermano Querido. Sólo un papel pronto a desaparecer lo recupera como Querido Agustín Tosco. Pero el hombre más destacado de la Córdoba que se cagó en su estirpe señorial, no tiene nombre. Respirar tu mismo aire es suficiente, Gringo, Tino, Bicho, Agustín, que es Tosco, que Vive.


RECUADRO
VISITAS EN EL SAN JERÓNIMO
La Dirección de Turismo de la Municipalidad organiza visitas guiadas al Cementerio los primeros viernes de cada mes, a partir de las 16 y con salida en el mismo hall del San Jerónimo. No obstante, desde Turismos dijeron a Matices que “el cementerio no está preparado como en la Recoleta, no es un ámbito turístico”.
Sin embargo, la riqueza arquitectónica e histórica del San Jerónimo poco tiene para envidiarle: tan sólo un Estado local que se encargue de recuperar las glorias pasadas y organice en forma institucional las visitas y el recorrido, que hoy dependen de la buena voluntad de algunos empleados.
Dado los conflictos municipales y otros del tipo, en los últimos meses la visita que realiza Turismo no se realizó.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Este es uno de los textos que nuestrosa alumnos podrían leer en clase para conocer más de nosotros mismos. Gracias